0. Introducción0.1. El fracaso de la moral anti-intelectualista y anti-metafísica. Necesidad de estructurar la Ética sobre una base intelectual-metafísica.Desde la aparición de las dos Críticas de Kant toda la filosofía moderna viene sosteniendo, más o menos explícitamente y por razones y sistemas muy diversos, la separación infranqueable entre el mundo de la metafísica y el mundo de la moral, entre el plano especulativo y el práctico, entre el ser y el deber ser, entre la realidad y el valor y entre sus juicios correspondientes, en una palabra, rechaza o prescinde al menos, de toda conexión entre el objeto de la axiología y de la ética y el de la metafísica, y sostiene, lógicamente, la irreductibilidad y separación absoluta de las disciplinas a que dan lugar. Sabido es como Kant, después de haber puesto fuera del alcance válido de la inteligencia especulativa el mundo nouménico o de las cosas en sí en su Crítica de la Razón Pura, concluyendo en un agnosticismo metafísico, en su Crítica de la Razón Práctica intentó rehabilitar de algún modo esa misma realidad y la correspondiente capacidad humana de captarla por un camino distinto del de la inteligencia, el de la Razón práctica y voluntad, dando validez a las cosas en sí, no como objetos, sino como sostén indispensable de toda actividad ética. La realidad inalcanzable y a la vez inatacable por la vía de la razón especulativa, como puesta más allá del ámbito de su actividad válida, surgía en el dominio de la moral como postulado indemostrable, pero indispensable para su ejercicio. Por una parte, pues, en el orden de la Razón especulativa: la imposibilidad radical de elaborar una metafísica; por otra, en el orden de la Razón práctica y de la voluntad: el mundo de los postulados éticos y consiguientes juicios de valor. De este modo quedaba establecida de un modo infranqueable la separación entre la metafísica, imposible para la inteligencia humana, y el orden moral, que se impone como un hecho a la voluntad por la "Razón práctica" en un imperativo, cuya obligación emerge a priori de elementos puramente formales de esa misma razón, y la independencia, desde sus mismos fundamentos, entre el orden ontológico[1] y el orden ético, erigido sobre bases puramente formales, y entre él y un mundo axiológico de valores[2]. Esta separación de la moral de su fundamento metafísico es el patrimonio kantiano heredado y conservado por la filosofía moderna hasta nuestros días. El orden del ser y el del deber ser han quedado incomunicables, y expresan para la filosofía moderna un dualismo irreductible. A partir de Brentano, con el redescubrimiento de la intencionalidad de la actividad espiritual -uno de los puntales del realismo tomista-, la filosofía contemporánea se ha vuelto tanto contra el positivismo y psicologismo de fines del siglo pasado como contra Kant y el idealismo trascendental, Sin embargo, no ha logrado una evasión definitiva del trascendentalismo, pues mientras en el plano gnoseológico no llega a la realidad, deteniéndose en el puro "objeto" vacío de "ser", en el de la moral y, en general, de la actividad práctica, aun en sus esfuerzos por combatirlo, es todavía tributaria del pensamiento kantiano. Max Scheler[3] y N. Hartmann[4], para mencionar a los dos éticos• de mayor significación tal vez dentro de esta tendencia, que tan vigorosamente han desmenuzado el formalismo apriorístico de la moral kantiana, ¿han logrado acaso superar esta dualidad de la metafísica y de la ética, que destituye de valor la moral del filósofo de Koenisberg? La crítica que a Kant dirige Max Scheler, y con él toda la escuela axiológica contemporánea, si bien es valedera, no llega, empero, a la raíz del mal que arruina desde su origen la moral de aquel filósofo. Los valores introducidos por Scheler, y en que se apoya toda la moral, no son puramente formales, destituidos de contenido como el imperativo categórico de Kant, pero tampoco llegan a ser; no son subjetivos, sino válidos universal e independientemente de la subjetividad, pero no por vía intelectual o de objetos, sino por vía emotiva de simples valencias. La actividad moral implica una persona que, captando esos valores, los realiza o destruye los desvalores opuestos. El valor moral consiste precisamente en la realización de valores hedónicos, vitales, espirituales y religiosos, conforme a la jerarquía en que nos son dados. Los valores pasan del deber ser al ser mediante la actividad moral de la persona. Pero entretanto se advierte que el fundamento de toda esta actividad moral se apoya en unos valores y en una persona destituidos de ser en sí trascendentes (cfr. c. IV, n. 12 y sgs. de esta obra)[5]. De este modo, semejante esfuerzo, realmente noble e inicialmente bien orientado hacia una articulación de la moral en la realidad, reincide en la moral kantiana que combate, a causa de la separación del valor y del ser, no de otro modo al de E. Husserl, quien, al final de su obra, cae en el idealismo contra el que en un principio se levantara[6] . Ambos sistemas, antagónicos entre sí, convienen, en definitiva, en que la moral carece de raíces en el ser real, y se entronca en las formas a priori subjetivas, en un caso, y en los valores materiales o de contenido puramente alógico y ametafísico, en el otro. No nos faltará ocasión de hacer ver la coincidencia que en sus líneas generales presenta el sistema moral de Max Scheler con el de Santo Tomás (cfr. c. IV, n. 16)[7]; pero hay una diferencia inicial que los separa radicalmente, que conviene destacar aquí, y es que éste, insertando el orden moral en el ser bajo su aspecto de bien, logra dar-. una base metafísica e intelectual, de que irremediablemente carece el de aquél, precisamente por no haber superado el dualismo metafísico-moral de Kant. No es, sin embargo, este el momento de entrar en la crítica. Hemos querido poner de manifiesto tan sólo la influencia enorme que Kant ejerce, sin excluir a sus mismos adversarios, sobre toda la ética moderna y contemporánea, con las consecuencias ruinosas --como luego veremos largamente- para la moral. Lo paradójico es que con esta separación abierta entre la moral y la metafísica se pretende, ya desde el mismo Kant, levantar el edificio moral sobre bases más sólidas, puestas al resguardo de todo ataque dirigido contra la metafísica y su objeto y el valor de la inteligencia. Con estas intenciones se ha buscado por muy diversos caminos sustituir la moral de fundamento metafísico, por otra de base formal o puramente axiológica, una moral heterónoma, cuyas raíces se insertan y se alimentan del ser y, en última instancia, del Ser absoluto trascendente al hombre, por una moral autónoma, que emergiendo y nutriéndose en las últimas exigencias prácticas de la voluntad, cuando no de la emotividad o sensibilidad, vale hic et nunc para el hombre, independientemente de todo valor real absoluto. En el fondo, la moral axiológica contemporánea parécenos ser el resultado de la conjunción de los dos siguientes principios: 1) de un agnosticismo metafísico, no siempre confesado, y 2) de un esfuerzo de dar bases indiscutibles a la moral, que lleva -supuesto lo primero- a buscar por todos los medios posibles una fundamentación ametafísica de la ética. Y en este agnosticismo metafísico que da origen, según los casos, a una fundamentación ya formalista[8], ya axiológica de la ética, tropezamos siempre con el sistema de Kant. Pero la realidad es otra. Las cosas no son ni suceden como los filósofos quieren y dictaminan, sino simplemente como son. Y a la verdad, semejante moral, desvinculada del orden metafísico y puesta, según sus corifeos, al abrigo de todo ataque de la razón, desde que renuncia a sostenerse en el orden especulativo, está destituida ipso facto de todo apoyo ontológico y de toda la correspondiente justificación intelectual y privada, por eso mismo, de la única posible fundamentación objetiva. Porque en el sector de la moral, canto en cualquier sector filosófico, una verdad o un sistema de verdades r) se demuestra por la inteligencia justificándose ante ella ontológicamente, es decir, como objeto-ser, como algo que se le impone por la evidencia, c) no se justifica del todo. El objeto de la filosofía comprende todos los órdenes de la realidad; pero la filosofía misma, como disciplina, o es racional o queda expuesta a todas las arbitrariedades y desvaríos subjetivos sin posible crítica, y entonces no es filosofía: La inteligencia es ¡)ara el hombre la única puerta que da acceso inmediato a la verdad. Renunciar a ella y buscar por otros caminos esa verdad, en realidad no es sino cegar la única fuente de luz que se posee y abrir las de la contradicción y el absurdo (cfr. c. I, n. 1 y sgts.). Ahora bien, si toda posible justificación del orden moral ha de realizarse por la vía intelectual y si toda la actividad de la inteligencia se apoya y recibe su valor del ser y, en última instancia, del Ser absoluto de Dios, como luego veremos, toda fundamentación de la moral debe ser, por eso mismo y en último término, ontológica, metafísica. De hecho, el existencialismo -la filosofía actualmente en boga-, que partió de la fenomenología, nos confirma en esta conclusión: el existencialismo suprime el mundo axiológico como trascendente a la propia existencia, producto de la libertad creadora. Sólo hay existencia, que es autocreación irracional de sí mismo entre dos nadas. Los. valores no son sin por y en la existencia humana[9]. Su consistencia no está más allá, sino en la existencia humana misma. No hay esencia, ni valor, ni deber-ser que. prefigure la existencia. El pecado tiene un sentido puramente existencialista y fatal. La elección inevitable entre las diferentes existencias que pudimos ser, trae consigo aparejada esta conciencia frustrada, no realizada. Pero nada de normas, ni de bienes, ni de valores anteriores y medida de nuestra actividad libre. Sólo es la existencia, la autocreación libre de la existencia entre dos nadas. Otra vez, y con más crudeza, la absorción de la trascendencia en las fauces de la inmanencia subjetiva, pese al nombre de trascendencia empleado por los existencialistas para significar la singular posición del ser de la existencia humana en la que son y cobran consistencia del ser de las cosas. Otra vez el retorno a Kant y el triunfo de Kant, precisamente porque la axiología no había sabido cimentar y poner a resguardo los valores en la única trascendencia posible: la del ser objetivamente dado en la inteligencia. Partiendo de la misma posición anti-intelectualista y echando mano del método fenomenológico, con más lógica que la axiología -si se puede hablar de lógica en un sistema irracionalista--, el existenciałismo llega a la supresión total de la trascendencia y, con ella, de todo ser, bien, valor y aun a la eliminación de toda norma --aun en el sentido trascendental kantiano-: sólo es lo que existe, y nada hay Riera de la existencia misma. En rigor, la moral ha perdido todo su sentido. Y Sartre ha llegado a decir que es tan moral la constancia en el amor conyugal, como la de la constancia en un amor anti-conyugal. (Por lo demás, ni siquiera se ve cómo Sartre pueda dar preferencia x la constancia en la decisión, en un sistema en que sólo es lo que de hecho exista o se da y nada más). Sin bien ni norma, sin medida distinta del acto humano, la moral se ha evaporado. La axiología reincide en el formalismo kantiano, y éste -suprimida la trascendencia de la norma -es conducido, lógicamente, al amoralismo existencialista. De ahí la necesidad de fincar nuestra actividad libre en la trascendencia del bien, que la regula con sus exigencias ontológicas. Y como quiera que el bien de la voluntad no es otro que el ser de la inteligencia, aquélla no puede sostenerse en la trascendencia del bien, si ésta no alcanza y se sostiene en la trascendencia del ser. De ahí también que el problema central de nuestro trabajo sea análogo y solidario del problema fundamental del conocimiento. Así como en el plano especulativo se plantea el problema gnoseológico acerca del alcance y valor objetivo del conocimiento, así en el plano de la actividad práctica se plantea el problema moral de si la actividad libre humana está o no sostenida y regulada por exigencias ontológicas. Más aún, estos problemas (como también el que plantea la actividad "poiética" o del "arte") son solidarios entre sí. Se trata, en efecto, de saber, en general, si la actividad humana se desarrolla en el seno de su propia y exclusiva inmanencia, sin ningún contacto ni dependencia con el mundo exterior (que sería, en ese caso, una pura proyección fenoménica suya), o si, por el contrario, toda ella está abierta al ser trascendente que la condiciona y determina como término y sostén suyo, así en el orden especulativo como en el práctico y poiético. La solidaridad de los problemas aparece en todos los grandes sistemas filosóficos. El idealismo trascendental -ya virtualmente dado en Kant- que niega la dependencia de la actividad intelectual respecto al ser extramental, niega lógicamente el de la voluntad respecto a su objeto, y el autonomismo de la inteligencia en la determinación del objeto metafísico es autonomismo práctico en la determinación de la ley moral para la voluntad libre. No de otro modo la fenomenología contemporánea, que en el orden especulativo reduce el alcance de la intencionalidad del "objeto" de la inteligencia, despojándolo de ser en el seno de su propia inmanencia (Husserl), en el orden prácticomoral reduce la intencionalidad de los bienes o fines ontológicos implicados en la actividad volitiva a "valores" alógicos desprovistos de ser (Scheler). Y con tanto o más lógica aún, si cabe al existencialismo, quien al encerrarse en este irracionalismo gnoseológico con la negación del valor aprehensivo de la inteligencia --siquiera fenoménico, como lo admitía el idealismo-;y con la supresión consiguiente de todo el orden esencial u objetivo, para sumirse en la existencia como en el acto auto - creador de sí misma, es conducido lógicamente a la eliminación de toda norma moral trascendente e inmanente, a la eliminación de todo lo que no sea un "estar aquí y ahora", aun amoralismo total. Por lo demás, 'este caos gnoseológico y desastre moral del existencialismo es la conclusión lógica final de la actitud inicial anti-intelectualista: desengranada la inteligencia, y con ella la vida humana entera, del ser trascendente, sólo resta un puro activismo irracional sin formas. También en el tomismo, el realismo moral es solidario y dependiente del gnoseológico, como diremos en seguida y veremos -luego más extensamente (c. I). Más aún, se trata de. una solidaridad jerarquizada del valor ontológico de la actividad espiritual de nuestras diversas facultades. Negado o puesto en duda el valor real del objeto de la inteligencia, ipso facto cae el valor real de los fines en que se apoya la actividad libre (y moral, por consiguiente) de la voluntad. Y asentado y puesto à salvo el ser inteligible extra-mental como objeto de inteligencia, la actividad volitiva y el orden moral de los fines y de la norma se estructuran en un plano decididamente real. El problema fundamental se debate en el sector gnoseológico, y. por eso, aunque brevemente, dada la naturaleza de nuestro trabajo, por ahí abordaremos el problema. Sin embargo, nuestro estudio se centra en el sector moral, y es su fin reivindicar el fundamento metafísico de la moral, vale decir, el basamento real del ser y de sus principios que sostienen el orden ético. Frente a esta moral ruinosa que ha socavado su único basamento ontológico-intelectual capaz de sostenerla, al intentar desvincular e independizar el orden moral del plano metafísico, fundamentándolo en bases formales subjetivas o axiológicas y, en ambas hipótesis, ametafísicas, y por eso mismo irracionales, frente a esta filosofía moral fundada en un dualismo irreductible, se yergue la única moral verdaderamente valedera levantada sobre el pedestal granítico de la metafísica, como continuación suya, toda ella vivificada por la savia del ser que la anima en todas sus partes y da consistencia hasta en sus últimos desenvolvimientos, superando así el dualismo axiológico-metafísico al extraer el valor del ser, el deber ser de las exigencias mismas del ser, derivando, como continuación suya, el orden moral del ontológico, la filosofía práctica de la especulativa y supeditando, por ende, la actividad de la voluntad libre y de la conducta por ella dirigida a los dictámenes de la inteligencia, gobernada a su vez por el ser y sus exigencias ontológicas... Como la actividad intelectual está regulada por el ser y sus principios, no de otro modo la de la voluntad libre se alimenta del ser y sus exigencias, que La gobierna en el orden moral a través de los dictámenes de la razón. Podríamos sintetizar Las dos posiciones antagónicas, la de la filosofía contemporánea, iniciada por Kant, y la tomista, en estas tres notas íntimamente dependientes entre sí y que se determinan una a la otra en el orden de su enumeración. Anti-intelectualismo en gnoseología, anti-realismo en metafísica y autonomismo en ética, de la filosofía moderna. De la primera posición, de la desvinculación de la actividad intelectual con el ser, surge la segunda, el anti realismo metafísico: el ser queda más allá del alcance válido de nuestra inteligencia; y de esta actitud antimetafísica o agnóstica sigue lógicamente una moral sin bases ontológicas o trascendentes, sino de proyección únicamente autónoma. Toda la actividad espiritual sin ser trascendente, que, como verdad y bien, la determine y organice, cobra un sentido de proyección subjetiva o trascendental, tanto en el orden de los objetos como en el de los valores y normas morales, y termina, consiguientemente, en una absorción de la vida contemplativa de la inteligencia en una vida práctica de la voluntad y, en definitiva, en un total y caótico irracionalismo. En esta línea se coloca el criticismo kantiano y el idealismo, la fenomenología con su rama axiológica y, sobre todo, el existencialismo actual, en que la trascendentalidad del idealismo se funde con el Irracionalismo para sumergirse en un subjetivismo gnoseológico (Jaspers) y amoralismo (Sartre) absoluto. De la intencionalidad de la inteligencia, por la que está inserta su actividad en el ser y se identifica inmaterialmente con él en su alteridad u objetividad trascendente en la inmanencia de su propio acto intelectivo, de este intelectualismo en gnoseología -no racionalismo, porque la inteligencia sólo aprehende el ser por su aspecto o forma esencial- síguese lógicamente un realismo moderado en metafísica y un normatismo trascendente o heteronomismo en ética, como tendremos ocasión de esclarecerlo en el decurso de esta obra. Porque tal es el intento que nos proponemos en este libro. Por eso, para alcanzarlo, iniciaremos nuestra marcha con una exposición y defensa del valor real de las nociones metafísicas en que se inserta el orden moral; expondremos, a continuación; en sus líneas generales, el orden especulativo y el orden práctico de la actividad humana en sí y en sus relaciones mutuas, para adentrarnos luego hondamente en un estudio del último fin de las creaturas --del hombre sobre todo-, que veremos rige todo el desplazamiento de actualización del ser y aun al ser en sí mismo, determinando así su valor y alcance ontológico. Analizado el movimiento del ser en general hacia su fin, nos detendremos en un sector privilegiado de este ser y de su actividad, penetrando, en la finalidad y actividad libre del ser espiritual y en la noción de la persona que la realidad, para ver cómo de la conjunción de estas dos grandes verdades metafísicas: la libertad y la finalidad u objeto específico de la persona humana, surge el problema ético con todas sus consecuencias y la norma y ley moral reguladoras de sus actos con la sanción correspondiente. Procuraremos destacar el carácter esencialmente religioso de la moral, al que la conduce su misma estructura metafísica, para acabar nuestro trabajo con una exposición sobre el modo y condiciones de asimilación y aplicación subjetiva de la norma ética objetiva a la voluntad y conducta humana en el acto moral concreto e individual y de la virtud, que asegura esta penetración de las exigencias del deber ser en la actividad volitiva de un modo permanente y habitual. En síntesis, trataremos de exponer la constitución objetiva u ontológica del orden moral en sí sobre las bases metafísicas del ser bajo su aspecto trascendental de bien, y luego su erección subjetiva en la conciencia desde los principios más universales de la sindéresis hasta su aplicación al acto y situación concreta de conducta, mediante la asimilación del orden objetivo por parte de la inteligencia práctica y su ejecución por la voluntad libre, dirigida por la virtud intelectual de la prudencia y confortada en sí misma por el séquito de las virtudes morales. Mas según la conexión enunciada de los problemas gnoseológico, metafísico y moral, primeramente necesitamos esclarecer el valor objetivo y trascendente de la inteligencia y poner así a salvo las realidades metafísicas fundamentales por ella alcanzadas, en que la ética finca precisamente sus raíces ontológicas.
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